El concepto de “atención flotante” es un planteamiento propuesto por Sigmund Freud, que designa una regla según la cual el analista o terapeuta debe escuchar al paciente. Esta escucha no privilegia ningún elemento sobre otro, es decir, la atención se centra sobre el discurso de una forma homogénea, libre de condicionamientos previos. Esto implica la supresión de nuestros prejuicios, inclinaciones personales e impuestos teóricos, que nos impiden entender la conversación de una forma objetiva.
Theodor Reik, doctor en psicología y discípulo de Freud, en su libro Escuchar con el tercer oído, propone un tipo de escucha en el que se descubran las emociones subyacentes de las palabras que se dicen. Para establecer esta conexión, explica, es imprescindible estar en contacto con uno mismo. El fondo de la cuestión no es que no sepamos escuchar al otro sino que no sabemos escucharnos a nosotros mismos. Lo que lleva a la represión de ideas o impulsos de los que no se quiere saber, y con los que se juega al escondite. Hemos de ponerlos periódicamente a prueba, para determinar hasta qué punto podemos ser sinceros con nosotros mismos y así poder evitar impacientarnos con las resistencias de los demás.
A la hora de entender una conversación, hemos de tener clara la finalidad del discurso, es decir: ¿a dónde se quiere llegar con la intervención? Todo comportamiento, incluso a la hora de hablar, contiene una intención positiva, un objetivo que se pretende conseguir mediante la interacción misma, que va a ser la base sobre la que se fundamente el mensaje que se está transmitiendo. Debemos evitar proyectar nuestra propia historia, para poder acoger la experiencia del otro, con una distancia adecuada que nos permita tener cierta neutralidad emocional.
Para recibir toda la información de una forma clara e inequívoca, haremos uso de un lenguaje lo más específico posible, que no deje espacio a la interpretación de nuestra propia experiencia y percepción del mundo. De esta forma, evitaremos las eliminaciones y omisiones, generalizaciones, distorsiones y asociaciones que podamos hacer del contenido, lo que nos llevará a la información más pura y objetiva. Con todo ello, se consigue no interferir ni hacer análisis conscientes del contenido.
La escucha activa es una forma de atención dinámica e intencionada, que promueve un entendimiento objetivo del mensaje, a través de la supresión de todas las distorsiones que se pueden presentar en cualquier momento de la comunicación, y que siempre están relacionadas con la proyección de la propia experiencia subjetiva, es decir, nuestras proyecciones inconscientes.
Para ello, hemos de saber apreciar la existencia de la congruencia entre el mensaje verbal y la comunicación no verbal del emisor. La congruencia es un requisito indispensable para que sintamos la confirmación de que recibimos el mensaje con claridad y exactitud, y que se corresponde realmente con la información que el otro desea trasmitirnos. No se trata de comprobaciones exhaustivas, sino más bien de atender a una sensación global de coherencia.
“Suspende el juicio y da atención imparcial a todo lo que haya que observar. […] Consiste simplemente en no dirigir la propia atención a ninguna cosa en particular, y en mantener la “atención suspendida igualitariamente” ante todo lo que uno oye. Porque, en cuanto uno concentra deliberadamente su atención en cierta medida, empieza a seleccionar del material que tiene ante él: un punto se fijará en su mente con particular claridad, y consecuentemente otro quedará desatendido. Al realizar esta selección, uno estará siguiendo sus expectativas o inclinaciones”.
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