Existen muchas creencias colectivas acerca de las condiciones o consecuencias de la edad. Por ejemplo, a partir de cierta edad necesitamos gafas para leer, disminuimos la frecuencia de las relaciones sexuales, nos duelen los huesos, escuchamos peor, la mayoría de los hombres pierden pelo, nos resignamos a dolores de articulaciones. Todo esto es lógico, es lo que tiene la edad… ¿O quizás no?
Ellen Langer, doctora en psicología de la Universidad de Harvard, realizó en 1981 un experimento sin precedentes y, curiosamente, sin sucesores. Su principal propósito era cuestionar si envejecer es sinónimo de volvernos olvidadizos y torpes. Se preguntaba hasta qué punto los defectos propios de la edad son inevitables o pueden agravarse por la percepción que se tiene de los mismos ¿Se concibe igual de grave cuando un joven es despistado y olvidadizo que cuando es alguien mayor quien tiene estos olvidos?
En el experimento, un grupo de hombres de entre 70 y 80 años que, en su mayoría recibían asistencia en muchas de sus necesidades diarias, fueron trasladados a un monasterio convertido en un escenario donde todo estaba perfectamente representado como si fuera 22 años antes, es decir, 1959. Todo, la televisión, la radio, los muebles, los libros de los estantes, las revistas e incluso las fotos propias que se llevaron correspondían a la edad que tenían ese año. Además, durante la estancia debían cumplir con ciertos requisitos, por ejemplo, tenían la indicación de hablar de temas relacionados con esa época como si sucedieran en presente.
Al llegar nadie los ayudó a salir del autobús ni a coger sus maletas, nadie los “cuidó” durante el tiempo que duró el experimento. Al salir, hombres que entraron andando con ayuda de bastones acabaron jugando al futbol en el jardín de la casa. En su libro “Atrasa tu reloj” en el que Langer relata minuciosamente su propuesta nos dice: “Una semana después, tanto el grupo control como el grupo experimental mostraron mejoras en fuerza física, destreza manual, marcha, postura, percepción, memoria, cognición, sensibilidad del gusto, audición y visión».
La Bioneuroemoción estudia cómo las creencias acaban reflejándose en nuestras capacidades físicas y cognitivas. Cómo concibamos la vejez será un gran factor a tener en cuenta cuando tengamos que experimentarla. Esta influencia recíproca entre la biología y la psique se encuentra en cada etapa de nuestra vida y se refleja en nuestras relaciones sentimentales, nuestro trabajo o en la visión que tenemos sobre nosotros mismos.
Este experimento nos permite reflexionar sobre varios aspectos fundamentales: ¿Hasta qué punto afecta el ambiente en el que vivimos a nuestra evolución personal? ¿Y si parte de las características que adoptamos cuando envejecemos tuvieran relación directa con nuestra interacción con el medio? ¿Nuestra forma de concebir la vejez actualmente es un factor decisivo en nuestra forma de envejecer? Langer es contundente y nos dice que somos los ancianos que esperamos ser.
© Enric Corbera Institute.