En tiempos en los que cualquiera puede abrirse una cuenta en Instagram o TikTok y hacernos de elevado gurú, coach e incluso asesor de pareja pareciera casi redicho explicar e incluso establecer las bases de lo que es la Inteligencia Emocional.
Pero sí: Es importante.
Y lo es porque créeme, la inteligencia emocional no es ese concepto “zen” que algunos intentan venderte. Es más bien el superpoder que todos deberíamos traer de fábrica, pero que nadie nos enseñó a usar. Es ese punto medio entre comprenderte sin drama y vivir sin apagar incendios emocionales ajenos.
Si estuviéramos tomando un café ahora mismo, te diría algo sin rodeos:
Saber gestionar lo que sientes y entender lo que sienten los demás te cambia la vida. Cambia tus relaciones, tu trabajo, tu forma de amar, tu manera de ser padre o madre… y hasta tu paz mental.
Porque la Inteligencia Emocional no es “ser bueno”, ni “ser más zen”, ni “callarte para no molestar”. Es conocerte por dentro con la misma honestidad con la que hablas con tu mejor amigo, y actuar desde ahí.
Es, como decía Daniel Goleman, “La capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los de los demás, de motivarnos y de manejar adecuadamente las relaciones”.
¿List@ para entrar? Vamos. Aquí empieza el viaje.
Además de Goleman, Susan David nos ofrece una definición que ya nos aventura a comprender mejor las pretensiones que tenemos con este artículo: «La agilidad emocional no es evitar sentimientos difíciles, sino relacionarte con ellos con curiosidad y compasión.»
Así pues y desde una mirada más actual la inteligencia emocional no solo es gestionar emociones, sino leer el mundo interno que esas emociones revelan: creencias, heridas, narrativas, memorias y patrones que se activan a través de ellas.
La emoción no es el problema; la emoción es el mensaje.
La inteligencia emocional es la capacidad de interpretar ese mensaje sin reaccionar desde el automatismo.
No podemos evitar enfadarnos, es más, es incluso saludable permitirse cierta cantidad de enojo, eso no reubica, nos posiciona y, por extensión, nos permite crecer, poner límites y por lo tanto, gozar de relaciones más saludables basadas en el respeto, la aceptación y el crecimiento mutuos.
Ahora bien, lo complicado está equilibrar los matices. En palabras de Aristóteles: «Cualquiera puede enfadarse, eso es fácil; pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado justo, en el momento oportuno, con un propósito correcto… eso no está al alcance de cualquiera y no es fácil.»
Podemos resumir en cinco pilares esenciales que podemos testar en cada uno de nosotros:
a) Autoconciencia emocional
Es la capacidad de identificar lo que sentimos y comprender por qué lo sentimos.
Sin esta base, no hay transformación posible.
b) Autorregulación
No es reprimir, ni controlar a la fuerza.
Es aprender a gestionar la emoción sin que dirija tus decisiones.
c) Automotivación
La habilidad de mantenernos enfocados, incluso cuando atravesamos dificultades.
Motivarnos desde dentro, y no desde el reconocimiento externo.
d) Empatía
Comprender las emociones de los demás sin absorberlas, sin cargarlas y sin juzgarlas.
e) Habilidades sociales
Comunicación, asertividad, escucha, gestión de conflictos y capacidad de cooperación.
En conjunto, estos elementos crean una estructura emocional que nos permite vivir con mayor estabilidad, presencia y autenticidad. Aprender a reconocerlos en uno mismo será clave para poder partir de una base que nos ayude a crecer, implementar y gestionar. Todo ello siempre desde una perspectiva sin exigencias, flexible y compasiva con nosotros.
Habrá momentos en los que nos será fácil detenernos y leer que estamos sintiendo con mayor certeza que en otro y, puede que en otro minuto, nuestras habilidades sociales, por cansancio, hastío o simplemente porque tenemos un mal día, no estén en su mejor extensión. Y todo eso está bien. Tente paciencia, nadie puede estar despierto todo el tiempo.
Esto no son matemáticas, la fluctuación es parte del proceso. Necesaria y hasta recomendable. Solo enfócate en incrementarla poco a poco.
Según los últimos estudios publicados sobre salud mental nos encontramos en uno de los momentos con mayor número de personas que en algún momento de sus vidas han padecido o padecen algún episodio de depresión o ansiedad, trastornos del sueño o cualquier otra patología asociada a la desazón, la falta de calma, de propósito o de sentido de la vida.
Estados todos ellos que podemos resumir en a la falta de algo clave: la aceptación, o mejor aún, el disfrute del instante presente. ¿Y por qué ocurre esto? Porque vivimos en una sociedad hiperestimulada: más velocidad, más ruido, más comparaciones, más exigencias.
La inteligencia emocional nos devuelve al centro.
Nos permite navegar la vida desde la coherencia, elegir desde la libertad y relacionarnos desde el amor, no desde el miedo. Reconocer y comprender patrones heredados, desactivar memorias emocionales, sanar vínculos y por extensión, elevar la consciencia.
La inteligencia emocional no es un lujo espiritual. Es un acto de coherencia interna.
La inteligencia emocional no es innata: es entrenable. Lo primero que vas a necesitar es un compromiso. Comprometerte a escucharte, darte tu lugar y sobre todo a aceptarte tal y como estés hoy, en el momento presente.
Si logras partir con esas tres premisas fundamentales bien ancladas créeme, ya tienes una gran parte del trabajo hecha.
Tras esto, aquí te dejo algunas prácticas que te ayudarán para “tu entrenamiento”:
Cuando se te presente el conflicto, el malestar, lo primero es preguntarte “¿qué siento?” y “¿qué necesito?” antes de reaccionar.
Conectar la emoción presente en su origen.
Cada emoción viene SIEMPRE acompañada de una narrativa. Date el permiso de dudar de esa narrativa, de si realmente eso ha ocurrido así o es tu percepción. No te digo que te niegues, te digo que te cuestiones su autenticidad. Permite la duda. Simplemente pregúntate: ¿hay otra manera de ver esto?
Cambiar la narrativa puede cambiar tu experiencia emocional.
Esto es importante. El cuerpo es el primer lugar donde la emoción habla: respiración, tensión, movimiento, somatización.
Ubicarlo y nombrarlo ya es regularlo. ¿Un nudo en el estómago? ¿presión en el pecho? ¿sensación de ahogo, quemazón…? Date el espacio. Coloca tu mano ahí donde lo sientes y… déjalo sentir. Transítalo. Observa como al escucharte… baja la intensidad.
La pausa no es pasividad, es poder. Si te das un minuto antes de responder, ya estás regulando.
No escuches para responder, escucha para comprender.
La madurez emocional empieza cuando dejamos de avergonzarnos de nuestras emociones. Sea lo que sea que te molesta, que te remueve o que ni quieres tolerar es respetable y digno de prestarle atención. Luego veremos que se activó y para qué pero de entrada: escúchate.
La inteligencia emocional también es reconocer tus límites. Detenerte y admitir que colapsaste. Que no puedes seguir, que te cuesta entender o entenderte es parte de una buena salud emocional y por extensión, gozar de una buena inteligencia emocional. Como te dije más arriba, pretender estar bien todo el tiempo no solo es una quimera: es insano.
Ahora que ya sabemos lo que es la inteligencia emocional y cómo podemos entrenarla se nos hace más fácil integrarla en nuestro día a día, en nuestras relaciones más significativas y por tanto, donde se encuentran nuestros verdaderos maestros.
Empezaremos con la pareja, nuestra mayor lección por excelencia y donde a menudo, se enfocan los problemas y resistencias más poderosas de nuestra vida. O lo que es lo mismo: la mejor oportunidad de crecimiento.
La inteligencia emocional transforma radicalmente el vínculo:
Una pareja emocionalmente inteligente no es una pareja sin problemas, es una pareja que sabe qué hacer con ellos.
La inteligencia emocional es una ventaja competitiva:
Los equipos emocionalmente inteligentes son más creativos, más estables y más eficaces.
Aquí la inteligencia emocional es esencial porque los niños aprenden por modelado, no por discurso.
Un hijo emocionalmente competente es un adulto libre. Aquí nuevamente os comparto una cita de Daniel Goleman que a todas luces te hará entender del gran valor que tienes en tus manos y que sólo tú puedes compartirle a tus hijos: «Si no tienes inteligencia emocional, no importa lo inteligente que seas: no vas a llegar muy lejos.»
Llegados hasta aquí, confío en que no te quedan dudas de lo valioso que es implementar todo lo que hemos aprendido es estas líneas. Lo que sí es posible es que te preguntes ¿Cómo saber si dispones de una alta inteligencia emocional? O bien ¿Cómo determinar qué áreas merecen de una mayor atención por mi parte?
Aquí algunos indicadores que, a modo orientativo, pueden ayudarte a regularte no sólo ante un conflicto sino también, a reconocer cuando estás ante alguien que, al menos hasta el momento, no dispone de las herramientas adecuadas para que llevar a buen cauce una desavenencia:
Si en mitad de una discusión te descubres o descubres a tu interlocutor manifestando tres o más rasgos de la última columna, te sugiero apliques una gran premisa que te salvará de más de una situación: ¿Qué prefieres tener paz o tener razón? A menudo una retirada a tiempo suele ser una gran victoria.
La inteligencia emocional se nota también en cómo alguien vive, elige y se relaciona.
Hasta aquí este breve viaje por la tan poderosa y necesaria inteligencia emocional que espero haberte despertado con inquietud, interés y sobre todo amor propio porque, como todo proceso de crecimiento personal, siempre hemos de partir de la aceptación seguida de un profundo deseo de ser nuestra mejor versión.
En palabras de Carl Rogers «Lo curioso es que cuando me acepto tal como soy, entonces puedo cambiar.»
Todo está bien contigo. Solo ha llegado tu momento de dar el salto a tu mejor versión. Ahora ya sabes cómo. El cuándo es ahora. ¿Preparado?
Te acompaño