1. Pasamos de ser actores a ser directores de nuestra vida.

Cuando no empleamos juicios ni opiniones, desarrollamos un punto de vista más objetivo de nuestra realidad. Esto nos permite tomar decisiones de una forma más eficiente y justa para con nosotros mismos y con  los demás. Así, podemos dejar de identificarnos con el personaje que interpretamos y observarnos desde una perspectiva que nos ayudará a conocernos mejor.

2. Permite  acceder a información inconsciente.

Tal y como relata el Mito del Minotauro, con una mente inocente (hilo de Ariadna) podremos adentrarnos en nuestra psique sin ser atrapados por el ego y, de esta forma, poder acceder al inconsciente. Cuando aplicamos una mente inocente, el ego no trata de defenderse ya que no recibe ataques en forma de juicios. Una mente inocente nos ayuda a conocer nuestras creencias y condicionamientos inconscientes propios.

3. Facilita nuestra gestión emocional.

Sabemos que el sufrimiento es la resistencia al cambio, y siempre está asociado con el posicionamiento y el juicio. Una mente inocente no se identifica con la emoción, tan sólo la observa disociada y neutralmente. Ello nos permite abordar los conflictos desde otra perspectiva sin caer en la culpabilidad o el victimismo.

4. Abrimos la mente a otras perspectivas.

Una de las principales virtudes de una mente inocente es la curiosidad. Por ello, está abierta a todas las perspectivas. Ninguna será mejor que otra. En todos los posicionamientos habrá información valiosa. Esto permite tener una visión más amplia de cualquier situación, sea cual sea nuestro grado de implicación. Esta premisa nos facilitará un aprendizaje más eficaz y un conocimiento más amplio.  

«La mente es como el agua cuando está calmada y en paz puede reflejar la belleza del mundo cuando está agitada, puede tener el paraíso en frente y no lo reflejará».

David Fischman.