El modo en que vivimos, nos relacionamos y gestionamos nuestra atención está transformando la forma en que nuestro cerebro responde al mundo. Las dinámicas de soledad, la presencia constante de las pantallas y los cambios en nuestro estilo de vida plantean preguntas esenciales sobre cómo se configura hoy nuestra salud mentaly qué papel tienen los vínculos humanos en ese proceso.
Estas cuestiones inspiran el episodio del pódcast Destellos de Sabiduría que reunió a David Corbera y Sara Pallarès con el neurólogo David Ezpeleta, vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología. A lo largo de la conversación, comparten una exploración clara y accesible sobre los factores que influyen en la salud del cerebro, el impacto del entorno digital y la importancia de recuperar prácticas cotidianas que fortalecen nuestro bienestar mental y relacional.
David y Sara contextualizan el escenario actual: un aumento notable de malestar emocional en jóvenes y adultos. Y una duda compartida por padres, educadores y profesionales de la salud: ¿qué está pasando con nuestra manera de relacionarnos?
Ezpeleta pone sobre la mesa datos contundentes: «En el informe de 2022 de la Fundación ANAR, que registra las conductas suicidas en menores de edad desde 2012, la conducta suicida —que incluye ideas, autolesiones e intentos de suicidio— ha aumentado un 3.407%».
La cifra es abrumadora, aunque él mismo precisa su lectura: «Afortunadamente, este aumento no se ha reflejado en los suicidios consumados. Eso es maravilloso. Algo estamos haciendo bien. Pero los adolescentes nos están pidiendo ayuda y no sabemos cómo dársela».
El neurólogo observa que el entorno digital ha colonizado gran parte del tiempo y del espacio emocional de las nuevas generaciones. «Cuanto más se usan las pantallas, más ansiedad, más dificultades para dormir, más aislamiento. Hay una correlación clara», explica.
No propone demonizar la tecnología—él mismo trabaja en neurotecnología—, sino comprender que la digitalización sin acompañamiento está creando un ecosistema donde el contacto humano se debilita y la autorregulación emocional se vuelve más difícil.
Ezpeleta lo dice sin dramatismo, pero con contundencia: «Cada vez la gente está más sola y utiliza más pantallas. Eso es terrorífico. Esta gente lo va a pasar muy mal en su vida».
Lo que está en juego no es solo el uso del móvil, sino la sustitución progresiva de la vida relacional por estímulos digitales inmediatos. La conversación, la mirada, el encuentro y la presencia se están perdiendo. Y ahí, advierte, hay un impacto directo sobre la salud mental: «La soledad es un factor de riesgo para el deterioro cognitivo».
En este punto, su visión converge con la Bioneuroemoción: la calidad del vínculo que mantenemos con los demás regula nuestro estado emocional y nuestra capacidad de interpretar el mundo.

Cuando David y Sara profundizan en la importancia del encuentro, el Dr. Ezpeleta despliega una de las ideas centrales del episodio: somos seres sociales por diseño biológico y emocional.
«Vivir más solos implica mente más sola. Y eso favorece el deterioro cognitivo», afirma. No lo dice como metáfora: está hablando de estudios, de neuroimagen, de perfiles de pacientes atendidos durante años.
«Los amigos te salvan la vida. La conversación te salva la vida», insiste.
El cerebro necesita vínculos para sostener su flexibilidad, su estabilidad emocional y su capacidad de adaptación. Quedar para hablar, cenar, caminar o simplemente estar acompañado es una forma de nutrición profunda.
Ezpeleta describe cómo, en su consulta, observa que quienes mantienen amistades, hábitos sociales activos y conversaciones frecuentes presentan menos deterioro, más resiliencia emocional y mejor manejo del estrés.
«Lo que marca la diferencia es con quién te relacionas y qué haces con tu tiempo», explica.
Para la Bioneuroemoción, esta idea es central: el vínculo es el espejo donde nos comprendemos y el lugar donde nuestra percepción puede transformarse.
La conversación cambia hacia la infancia, un terreno donde el Dr. Ezpeleta aporta claridad científica y humana. David y Sara plantean el tema desde la preocupación de muchos padres: ¿qué ocurre cuando un bebé o un niño pequeño pasa demasiado tiempo frente a pantallas?
El neurólogo responde con evidencia: «La interacción humana es fundamental en el neurodesarrollo. Hay estudios en los que se ve que los niños muy expuestos a pantallas tienen menos mielina en áreas de lenguaje. El desarrollo es distinto».
La mielinización —el proceso que permite que las neuronas se comuniquen con eficiencia— depende de la calidad de la interacción. Un niño necesita mirada, voz, contacto y presencia. Una pantalla no puede ofrecer eso.
Ezpeleta introduce un concepto que sintetiza la preocupación planteada por Sara Pallarès: «Estamos usando las pantallas como chupete digital. El problema no es la pantalla, es la falta de interacción».
Un niño necesita que alguien juegue con él, que le nombre el mundo, que le acompañe emocionalmente. La relación no es un lujo afectivo: es un requisito neurobiológico.

El tono de la conversación se vuelve más luminoso cuando Ezpeleta habla de plasticidad cerebral, una de sus pasiones científicas. Describe el cerebro como una estructura viva, en transformación constante:
«El cerebro cambia continuamente, creando nuevas conexiones o perdiéndolas». Y cita a Santiago Ramón y Cajal, Premio Nobel español y padre de la neurociencia como ejemplo de reserva cognitiva: «Tenía una vida variada. Eso es lo que da reserva cognitiva».
La plasticidad no es un privilegio de unos pocos ni desaparece con la edad. Esta se fortalece a través de hábitos cotidianos como el ejercicio regular, la lectura y la escritura, la conversación, las relaciones sociales, la curiosidad y una vida activa en lo cotidiano.
«El ejercicio es el factor neurogénico y neuroprotector más potente», lo resume Ezpeleta. A ello se suman la estimulación cognitiva, el apoyo emocional y los hábitos saludables.
Estos pilares son coherentes con la mirada de la Bioneuroemoción: nos transformamos al transformar la forma en que vivimos y percibimos nuestro entorno.
En uno de los tramos más reflexivos del diálogo, Ezpeleta define la neurología clínica como un punto de observación privilegiado sobre la vida de las personas. Desde su experiencia, comprender el cerebro implica atender no solo a los síntomas neurológicos, sino a la manera en que cada individuo afronta sus circunstancias cotidianas.
Explica que la práctica clínica le ha enseñado hasta qué punto los hábitos, el estrés sostenido y la forma de relacionarnos influyen en la evolución de muchos procesos: las enfermedades no se desarrollan en el vacío, sino dentro de una biografía concreta que deja huella en el sistema nervioso.
Esa perspectiva lo lleva a insistir en que la consulta neurológica no consiste únicamente en identificar signos o realizar pruebas. También es un espacio donde se observa cómo vive el paciente, qué apoyo tiene, cómo interpreta lo que le ocurre y qué recursos personales utiliza para adaptarse.
Desde ahí, sostiene que la distinción entre lo biológico y lo emocional es menos nítida de lo que solemos pensar: la vida diaria, con sus tensiones y hábitos, forma parte del terreno sobre el que el cerebro intenta mantener su equilibrio.
Ezpeleta subraya que muchos motivos de consulta requieren una lectura que integre lo que ocurre en el cuerpo con la forma en que la persona atraviesa su experiencia. En esa línea, no se trata de restar importancia a lo físico, sino de reconocer que el sistema nervioso responde tanto a condiciones biológicas como al modo en que cada uno afronta sus circunstancias.
Esta mirada más amplia permite entender por qué dos pacientes con diagnósticos similares pueden evolucionar de manera distinta. Los hábitos de vida, la presencia de vínculos significativos, el apoyo social y la manera de afrontar el malestar influyen en la capacidad del cerebro para adaptarse.
Desde esta perspectiva, la neurología se convierte en un ámbito donde la dimensión humana es inseparable de la fisiológica: comprender al paciente exige comprender también el contexto en el que su cerebro intenta sostenerse.

El final del episodio deja una conclusión nítida: la salud mental no es un asunto exclusivamente médico, sino una forma de vivir.
El Dr. David Ezpeleta lo sintetiza con una invitación sencilla y poderosa: «Leer en papel, escribir a mano, quedar con los amigos, conversar sin el móvil. Lo sabemos desde siempre, solo hay que volver a hacerlo».
La conversación ilumina un camino accesible y profundamente humano: recuperar la presencia, cultivar los vínculos y vivir con más conciencia. Un camino que, como propone la Bioneuroemoción, reconoce que cada percepción, cada relación y cada hábito es una oportunidad para transformar nuestra salud mental y nuestra experiencia del mundo.
Este artículo es solo una breve parte de la conversación con Enric Corbera de David Corbera y Sara Pallarès -director académico y CEO, respectivamente, de Enric Corbera Institute- en el pódcast “Destellos de Sabiduría”. Puedes ver o escuchar el episodio completo “Secretos para un 🧠 CEREBRO JOVEN”, aquí:
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