Responsabilidad y libertad. Cuando oímos esas palabras es inevitable pensar en cuál viene primero o si vienen juntas.
¿Es la libertad la que origina una responsabilidad, o es que somos libres cuando aceptamos que está en nosotros la responsabilidad de vivir la vida que queremos?
¡Descubre el poder que te da ser responsable de ti mismo/a!
Es hacernos cargo de nuestros estados emocionales y de nuestros actos, teniendo en consideración el impacto emocional que provocamos en los demás y en nosotros mismos. Esto implica tener el coraje de expresar lo que sentimos y necesitamos, y a su vez, ser capaces de respetar las emociones y necesidades del otro.
Sin embargo aprender a reconocer cómo nos sentimos es un reto. Muchas veces ni siquiera sabemos qué necesidades tenemos. Esto es producto de la desconexión que tenemos con nosotros mismos.
Por eso las emociones son la expresión más pura y la guía que necesitamos para escucharnos, observarnos y conocernos.
¿Recuerdas cuándo fue la última vez que te sentiste enojado o triste? ¿Qué necesidad logras identificar detrás de eso que sientes?
Por ejemplo, cuando dos personas discuten a menudo, existe un punto en el que ambas quieren tener la razón y, sin ser conscientes, renuncian a su paz interior porque consideran que esta llegará cuando el otro piense igual, cambia o admite su equivocación.
En ese punto, ambos responsabilizan al otro por su bienestar y ahí es cuando pierden su libertad. Culpar a los demás y esperar a que ellos cambien siempre nos encadenara a seguir viviendo las mismas situaciones.
Quizás alguno de los dos busca validación externa por lo que necesita que el otro esté de acuerdo con él para sentirse seguro. Y tal vez el otro busca lo mismo a través de sentirse amado.
Comprender la necesidad que existe detrás de nuestras reacciones, promueve la empatía y la comunicación sincera y asertiva.
Pero, ¿cómo hacerlo si no entendemos lo que nos sucede a nosotros mismos? O cuando hay algo que nos disgusta de nuestra vida insistimos en examinar nuestro entorno para cambiarlo pues creemos que allí están los responsables de nuestro sentir.
Para conocernos a nosotros mismos es necesario permitirnos reconocer nuestra vulnerabilidad. Desarmar las corazas que construimos por miedo a no ser amados o a sentirnos rechazados si nos mostramos tal como somos.
Es un proceso que requiere que tomemos conciencia de nuestras luces y sombras.
Por ejemplo, cuando usamos la máscara de lo “socialmente aceptable” para agradar a los demás, no somos como realmente queremos ser. El problema es que nos engañamos a nosotros mismos y esa falta de honestidad influye en nuestro estado emocional, afecta nuestro comportamiento y en consecuencia nuestras relaciones.
Cuando expresamos abiertamente lo que sentimos y atendemos nuestras necesidades, es más fácil que podamos empatizar con los demás. Si no, ¿cómo podemos pretender que otros nos abran su corazón y sean honestos con lo que sienten, si nosotros no lo somos?
“El amarte a ti mismo es tan poderoso que transforma tus sueños, del miedo al amor, del sufrimiento a la felicidad.”
Don Miguel Ruiz
Cuando nos cuesta conectar a nivel emocional con los demás es porque en alguna medida tampoco podemos o queremos hacerlo con nosotros mismos. Esto suele suceder cuando evadimos una situación que nos resulta dolorosa de afrontar o porque hay una emoción que evitamos sentir.
Ese comportamiento es sustentado por creencias, miedos y juicios.
Por ejemplo, si creemos que hablar de lo que sentimos es victimizarse o es de personas débiles podemos actuar aparentando que nada nos afecta.
En consecuencia, tampoco nos permitiremos buscar ayuda. Muchas veces nuestra salida será considerar que los demás son poco empáticos cuando, en realidad, somos nosotros mismos quienes no nos permitimos pedir o recibir ayuda. Es decir, juzgaremos en el otro el comportamiento que yo no me permito a mí.
Esa conducta es sostenida por creencias como, por ejemplo:
Tengo que hacerlo todo sola/o.
Tengo que ser fuerte.
Nadie ayuda sin esperar nada a cambio.
¿Qué sucede para que alguien empatice en exceso y cuáles son las consecuencias?
Hacernos responsables de lo que sienten los demás nos hace sentir culpables. La culpabilidad nos lleva a sufrir y a sacrificarnos haciendo cosas que no queremos. Además es un acto egoísta porque impedimos que el otro madure emocionalmente.
También sucede que empatizamos desmedidamente porque proyectamos y queremos solucionar en los demás nuestras carencias. Mis ganas de ayudar a otros son proporcionales a la ayuda que necesito.
«La empatía excesiva puede ser una forma de evasión emocional, al centrarnos en las necesidades de los demás en lugar de las nuestras.»
Karla McLaren
Los excesos hablan de un desequilibrio interno. Quiénes somos y cómo actuamos no deja de ser un reflejo de un orden más grande: el sistema familiar. El rol que se ocupa en la familia puede ser una razón por la cual se empatiza en exceso con los demás.
Por ejemplo, un hombre que nació en una familia donde las mujeres se desconectaron de sus necesidades emocionales porque necesitaban mostrarse fuertes y salir adelante sin la ayuda de sus parejas, puede asumir inconscientemente un rol de sobreprotector de la mujer para compensar, poniendo sus necesidades en segundo lugar.
Cuando comprenda que está pendiente del estado emocional de su madre o de otras mujeres para esconder su necesidad de recibir afecto, encontrará un sentido a su empatía excesiva y podrá decidir con más libertad cómo seguir actuando.
La clave del equilibrio a nivel emocional es la responsabilidad afectiva. El exceso de empatía puede hacer que cargue con cosas que no son mías. Por ejemplo, puedo creer que soy responsable de la felicidad o de la tristeza que siente alguien y eso no es cierto. De la misma forma, los demás no son responsables de cómo me siento.
En tanto, el exceso de distancia emocional me desconecta por completo de los demás y de mi mismo/a. Además si me desconecto del mundo en el que vivo, tampoco sabré cual es mi lugar en él.
Y una persona desconectada de sí misma difícilmente podrá ver realmente al otro.
Es imposible conectar genuinamente con alguien si estamos a la defensiva, porque el miedo es lo opuesto al amor. En realidad, la desconfianza que proyectamos en el otro implica que tampoco confiamos en nosotros mismos y en nuestras elecciones.
“Confiar en la vida no sólo no es un riesgo, sino que además es indispensable si lo que queremos encontrar es a nosotros mismos.”
Sergi Torres
Nuestras acciones y pensamientos tienen un efecto bumerang. No podemos pretender que lo que hacemos a otros no nos afecte, ni que el cómo me atiendo a mí mismo no repercuta en mis relaciones u entorno.
Porque no estamos separados los unos de los otros, estamos sostenidos y conectados por la consciencia de donde emerge toda la vida.
La responsabilidad afectiva, el amarnos y atendernos comienza en nosotros y para con nosotros mismos. En consecuencia, los beneficiados somos todos.
Solo podemos experimentar libertad emocional en la medida que decidimos ser responsables de nuestros estados emocionales y de nuestras decisiones.
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