¿Por qué mirando una película podemos emocionarnos hasta llorar, aun sabiendo que no es real? Las neuronas espejo tienen un papel primordial en nuestra capacidad de empatizar y de imitar.
Tomar este concepto para comprender nuestras herencias emocionales nos permitirá dar un paso más en la liberación de patrones que repetimos, aunque no quisiéramos.
Las neuronas espejo fueron descubiertas en 1996 por un equipo de neurocientíficos liderado por el neurobiólogo italiano Giacomo Rizzolatti en la Universidad de Parma, Italia.
Este hallazgo se produjo durante unos experimentos con monos, donde los investigadores comprobaron que las neuronas de la corteza motora se activaban cuando el mono realizaba movimientos. Era lo que esperaban.
Durante uno de los experimentos, un mono observó a un investigador levantar un cacahuete. Los electrodos empezaron a señalar un aumento de la actividad en la corteza premotora, la misma que se activaría si el mono se estuviese moviendo. Sin embargo, estaba quieto.
Así descubrieron que, cuando el mono observaba a alguien realizar una acción, su actividad neuronal reflejaba el mismo dinamismo que si lo estuviera haciendo él directamente. A estas neuronas que se activan como reflejo de acciones exteriores, Rizzolatti las llamó “neuronas espejo”.
Este fenómeno llevó a la conclusión de que ciertas neuronas no solo responden a las acciones propias, sino también a las acciones de otros. Esta es la base biológica para procesos como la empatía, la imitación y el aprendizaje por observación.
«El mundo es simplemente un espejo de quienes lo formamos y no es ni más ni menos que lo que hacemos de él entre todos.»
Carlos Ruiz Zafón
Retomando el ejemplo inicial de la película, podemos confirmar que nuestro estado emocional puede ser modificado por la información que interpretamos de nuestro entorno. Biológicamente, esto se explica con las neuronas espejo.
A través de la simulación de una situación en nuestra mente podemos experimentar en nuestro propio cuerpo las acciones de los demás. Sería como una imitación personal de lo que vive el otro.
Por ejemplo, cuando alguien bosteza o se ríe a carcajadas, es común que terminemos haciéndolo también, ya que nuestro cerebro refleja automáticamente estas acciones y emociones.
Hay numerosos estudios que se han hecho eco de este descubrimiento. Para el propio Rizzolatti, una cuestión importante que aportan las neuronas espejo a las personas es la comprensión del otro.
”No solo se entiende a otra persona de forma superficial, sino que se puede comprender hasta lo que piensa”, sostuvo el investigador. Las neuronas espejo permiten no únicamente la imitación de acciones, sino también un entendimiento más profundo de las intenciones y los pensamientos de los demás.
Rizzolatti destaca que el sistema de espejo facilita esta empatía y conexión social, poniendo a las personas «en el lugar del otro».
Desde que nacemos, aprendemos observando. Sin darnos cuenta, imitamos gestos, palabras y emociones de quienes nos rodean.
Las neuronas espejo hacen posible este proceso, permitiéndonos absorber no solo habilidades, sino también formas de relacionarnos y expresar lo que sentimos.
Por ejemplo, un niño que crece viendo a su padre reaccionar con angustia ante cada contratiempo puede adoptar esa misma respuesta emocional, replicando ese patrón en su vida adulta. A través de la observación y sus neuronas espejo, aprende a percibir el mundo como un lugar incierto y a enfrentar los problemas con la misma ansiedad.
Nuestro estado emocional influye en los demás, tanto como somos influenciados por el entorno, incluso desde antes de nacer.
Es decir, las experiencias familiares moldean nuestra capacidad de conectar con los otros: el amor y la contención fortalecen la empatía, mientras que el estrés o los traumas pueden dejar huellas en nuestra forma de relacionarnos.
Heredamos creencias y patrones. Así, sin darnos cuenta, repetimos lo que aprendimos en casa, reflejando una historia emocional que nos trasciende.
Cuando enfrentamos una dificultad es común preguntarnos «¿Por qué me pasó esto?». Buscamos explicaciones en el pasado, en la suerte o en lo que otros hicieron.
Pero esta mirada nos deja atrapados en la historia que heredamos, repitiendo los patrones emocionales que absorbimos desde la infancia. Nuestras neuronas espejo registran esos modelos y los reproducen automáticamente, haciéndonos creer que estamos destinados a reaccionar siempre de la misma manera.
Pero podemos transformar la vida al cambiar la mirada sobre nuestra herencia emocional. Comprendemos que ellos actuaron de cierto modo, ahora nosotros podemos hacerlo diferente.
Sofía siempre tenía parejas que la hacían sentir insegura, temiendo ser abandonada. Creció viendo a su madre sufrir por una relación inestable y, sin darse cuenta, replicó ese patrón.
Un día, en lugar de preguntarse «¿Por qué siempre me pasa lo mismo?», se preguntó «¿Para qué atraigo este tipo de relaciones?». Descubrió que estaba proyectando la historia de su mamá y decidió sanar esa herida, eligiendo vínculos más sanos y amorosos.
Desde chico, Martín escuchó a su padre decir que en la vida había que conformarse, que arriesgar era peligroso y que soñar en grande solo traía frustraciones. Inconscientemente, adoptó esa creencia y, cada vez que tenía la oportunidad de avanzar en su carrera, encontraba excusas para quedarse en su zona de confort.
Llegó un momento en que se cuestionó “¿Por qué siempre me freno?”, cambió la mirada y se preguntó “¿Para qué sigo este patrón?”. Entendió que estaba honrando el miedo de su padre repitiendo su historia, en lugar de escribir la propia.
Al tomar conciencia, decidió romper con esa lealtad inconsciente: se animó a apostar por su proyecto y, por primera vez, sintió que el verdadero fracaso habría sido no intentarlo.
Mariana creció en una familia donde su madre siempre se ponía en último lugar, agotada por complacer a todos. Ella repitió esa conducta, postergando sus sueños por miedo a decepcionar a los demás.
Al cuestionarse «¿Para qué me exijo tanto?», entendió que comprender realmente a su madre implicaba actuar de otra manera: romper el ciclo y darse el permiso de priorizarse sin culpa.
Un cambio de perspectiva nos permite usar nuestras neuronas espejo para evolucionar, en lugar de quedar atrapadas en patrones heredados. Comprendemos a nuestros padres, por lo que decidimos vivir de otro modo.
«Todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro.»
Santiago Ramón y Cajal
El verdadero cambio llega cuando transformamos los “¿Por qué?”, en «¿Para qué me pasó esto?». En lugar de quedarnos en la repetición, podemos usar lo aprendido como un trampolín para crecer.
Si reconocemos las emociones heredadas y las entendemos como señales en lugar de cadenas, podemos elegir cómo actuar, rompiendo círculos viciosos y creando una vida más libre y consciente.
Las neuronas espejo no son una cárcel, sino una herramienta poderosa para reprogramarnos y construir nuevas formas de sentir, pensar y vivir.
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