En nuestra infancia aprendemos, sin juzgar y de manera inocente, lo que es seguro y lo que es peligroso, y copiamos comportamientos y actitudes que más adelante podrán limitarnos de forma inconsciente. En el futuro actuarán como respuestas automáticas que nos ayudarán a sobrevivir y ser aceptados. A medida que se nos presentan diversas situaciones a lo largo de nuestra vida reproducimos estos patrones. Como seres conscientes tenemos la capacidad de cuestionar si realmente aquellas respuestas y aprendizajes nos sirven actualmente, y podemos reemplazarlas por nuevos comportamientos y valores. Reorganizar nuestro sistema de supervivencia almacenando nuevos mensajes y experiencias.
De nuestros padres heredamos todas sus creencias valores y prejuicios, que nos han transmitido de la misma manera que ellos las adquirieron de los suyos. Cuestionándolos dejamos de ser seres robóticos, que memorizan y reproducen patrones y comportamientos simplemente para obtener la sensación de seguridad, de haber actuado de la manera más correcta para conseguir la aprobación de nuestro entorno, y nos convertimos en seres conscientes, creando nuestra propia realidad, aprendiendo y creciendo. En otras palabras, sólo en el momento en que tomamos las riendas de nuestra propia vida podemos evolucionar y somos realmente adultos independientes.
Cuando llega la edad adulta y nos separamos de nuestros padres creemos que estamos haciendo nuestra propia vida. Pero en la mayoría de las ocasiones seguimos bajo la influencia de éstos, de forma directa o indirecta. La verdadera madurez es la capacidad de cortar con esos patrones heredados en forma de creencias, comportamientos, capacidades, que nos condicionan y nos impiden cuestionar que puede haber otra forma de actuar. Creemos que la vida evoluciona de forma paulatina, pero realmente se compone de definidas etapas y transiciones. Nos transformamos en adultos a partir de una fecha específica. Así para crecer realmente se necesita de un proceso que, en la filosofía Jungiana es llamado “proceso de individuación”, que consiste en romper esos lazos que nos atan a nuestros padres, que nos limitan para crecer y evolucionar como personas y crear nuestra propia vida.
Aún hoy en día, en muchas culturas ancestrales, se realizan todavía rituales de transición que empoderan a la persona para pasar a la edad adulta. Estas pruebas suponen un reto personal, de manera que una vez superado, el niño queda atrás, y se reintegra a la comunidad como un adulto, en muchas ocasiones con un nuevo nombre, una nueva identidad, que le otorga el respeto y la aprobación por parte de su clan y de sí mismo.
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