Todos nos hemos preguntado, alguna vez en la vida, si somos los parientes lejanos de un gran conquistador, de antiguos reyes, o de figuras representativas de nuestra historia como civilización. Sabemos que, a través del ADN, podemos remontarnos generaciones atrás en el tiempo, para establecer cuáles fueron nuestros orígenes genéticos; y que cada uno de nosotros lleva la información de sus antepasados en todas las células de su cuerpo. Somos una fuente de información que lleva datos de nuestro linaje más cercano y también del más antiguo. De hecho, somos distintas manifestaciones del fruto de la combinación de todos ellos.
Bryan Skyes, profesor de genética humana en el Instituto de Medicina Molecular de la Universidad de Oxford, Decano del Wolfson College y Fundador de la empresa Oxford Ancestor, en su libro Las siete hijas de Eva, nos dice: “He descubierto con asombro que todos estamos emparentados por vía materna con un pequeño grupo de mujeres que vivieron hace miles de años”. Y sigue: “Si analizas a muchos europeos, resulta que tienen un ADN africano, es una mezcla total. Hubo una época en que creíamos que podríamos definir los grupos étnicos según su base genética, pero no es así”. Esta herencia llega a nosotros a través del ADN mitocondrial, que se traspasa de madres a hijas, lo que conforma una conexión fundamental en sí misma.
Por otra parte, podemos preguntarnos con total naturalidad ¿cuál es el origen de la forma de nuestro cuerpo? ¿Por qué tenemos todos cuatro extremidades? ¿Por qué compartimos la misma estructura muscular y esquelética? El hecho de que el cuerpo humano se cree de una forma semejante, independientemente del individuo que se trate, hace que nos tengamos que referir a una inteligencia común, en este caso de la especie humana, para poder explicar este fenómeno.
La forma en que crece y se desarrolla nuestro cuerpo está pautada, desde temprana edad, por programas biológicos que hemos heredado de una especie de banco de información, que está disponible para todos los miembros de cada especie en este planeta, y que conforma nuestro ADN. Al mismo tiempo, nuestra forma de relacionarnos con el entorno, también forma parte de esta ecuación, dando lugar a reacciones psico-fisiológicas similares frente a situaciones y procesos que nos son afines. Esto nos lleva a la conclusión de que, queramos o no, estamos todos unidos en este viaje, un viaje de evolución y expresión de la conciencia humana, del que no nos podemos separar y del que siempre hemos participado.
A la vista de lo que revelan recientes investigaciones sobre el ADN, podemos deducir entonces que formamos parte de los ritmos de la evolución humana, a la que estamos todos constantemente aportando, y de la que todos provenimos. Estuvimos todos unidos en un principio, y hemos heredado la historia entera de la raza humana, que podemos ver reflejada en la información de nuestros genes. Estas experiencias se han grabado en nuestro ADN, para facilitarnos una serie de respuestas físicas y emocionales de adaptación frente a nuestro entorno. Del mismo modo, si somos conscientes de lo que nos sucede, podemos identificar estos patrones y modificarlos a través de un cambio de percepción, que re-programará la expresión de nuestro ADN, generando una nueva información que se transmitirá a las futuras generaciones, haciendo que podamos evolucionar y ser más conscientes.
Nuestra historia no está, como se suele decir, en nuestras manos; sino que está dentro de nosotros, y es nuestro deber encontrar nuestro propósito de vida, ahora decidir cuál será el próximo capítulo que escribiremos de forma conjunta. Tú eres el motor de la evolución. Tus actos y pensamientos definen el camino que nos queda por recorrer.
© Enric Corbera Institute.