Todos, en cierta medida, buscamos señales a nuestro alrededor para saber cómo enfrentar lo que nos sucede. Sin embargo, cuando la dependencia emocional es excesiva, se produce un desequilibrio en esta relación que nos impide vivirla de un modo que potencie nuestro desarrollo y bienestar.
¿Cómo afrontar la raíz de estos comportamientos y hacernos cargo de nuestra propia realización?
Todos necesitamos una cierta dependencia afectiva para crear vínculos genuinos. Aprendemos a sentir según lo que nos rodea: el estado emocional de los demás, cómo interactúan con nosotros e incluso el tiempo.
Por ejemplo, muchas personas creen que los días nublados o lluviosos tienden a deprimirnos. Lo creen y se sienten miserables en estos días. Este es el poder de las creencias.
Buscamos fuera de nosotros pistas para ajustar nuestro estado de ánimo en armonía con el entorno.
La psicología denomina “dependencia emocional” al patrón psicológico que impide establecer vínculos saludables. Se da en las relaciones familiares, de pareja, incluso entre amigos o en otros contextos, como el trabajo.
Tiene miedo a la soledad y le cuesta tomar decisiones por sí misma. Incluso, evita expresar desacuerdos por temor al abandono y a perder la aprobación.
Estas personas suelen anteponer las necesidades de los demás, llegando a anularse a sí mismas por su pareja, familia o amigos. Así, crean relaciones disfuncionales, cargadas de demandas afectivas desmedidas y una gran sensibilidad hacia la aceptación de los demás.
Imaginemos a un niño pequeño que se cae. Lo primero que hace es buscar una figura de referencia para saber cómo reaccionar. Si ve a su madre asustada, seguramente llorará. Pero si ve una expresión calmada, probablemente se levantará y seguirá jugando.
La dependencia emocional en la adultez tiene profundas raíces en las experiencias vividas durante nuestros primeros años.
Nuestras primeras experiencias de apego moldean nuestro mundo emocional y estos modelos de relación nos guían en la vida.
Si nuestros padres o cuidadores estuvieron presentes y fueron amorosos, generamos confianza y autonomía. En cambio, la falta de apoyo emocional pudo dejar en nosotros el miedo al abandono, influyendo en nuestras relaciones futuras.
Así, los comportamientos que aprendemos de nuestros padres influyen en cómo nos relacionamos como adultos. Si papá o mamá dependían excesivamente uno del otro, es probable que repitamos esos patrones, buscando aprobación constante y dependiendo de otros para tomar decisiones.
En la misma línea, la consideración que recibimos de pequeños es clave en nuestra autoestima y, por tanto, en nuestras relaciones. El buscar validación externa para sentirnos valiosos, fomenta la dependencia emocional.
Asimismo, experiencias traumáticas en la infancia, como la pérdida de papá o mamá, pueden dejar huellas emocionales profundas. De adultos seguimos temiendo el abandono de quien amamos.
Comprender las raíces de la dependencia emocional es crucial para abordar sus efectos en las relaciones adultas. Reconocer estos factores puede ser el primer paso hacia su superación y el establecimiento de relaciones más sanas y equilibradas.
Pareciera que no podemos soportar ese instante de autoreconocimiento de lo que nos falta e inmediatamente queremos que acabe. La sensación de carencia va cambiando de forma, pero, en el fondo, siempre es la misma.
Y así, seguimos dependiendo de los demás, del entorno, aferrados a lo que no tenemos. Y, como en cualquier adicción, nos convertimos en dependientes.
En lugar de pararnos un momento a observar nuestra propia necesidad y usarla para conocernos, buscamos compulsivamente la manera de llenarla para silenciarla de una vez por todas.
Nos engañamos pensando que hemos arreglado nuestro problema por una satisfacción inmediata que viene de fuera (un abrazo, una palmadita en la espalda o un rato de atención) en lugar de utilizar ese momento para ver qué hay de nosotros expresándose en esa necesidad.
Es decir, buscamos bienestar sacrificando el Bienser.
«Porque nadie puede saber por ti. Nadie puede crecer por ti. Nadie puede buscar por ti. Nadie puede hacer por ti lo que tú mismo debes hacer. La existencia no admite representantes.»
Jorge Bucay
Podemos seguir justificando nuestros estados emocionales por aquello que hacen los demás y culparlos de cómo nos sentimos. O tomar la decisión de ser adultos emocionales y hacernos cargo de nuestra forma disfuncional de relacionarnos.
Si cedemos el poder de dirigir nuestra vida a determinadas relaciones u otros factores externos, no estamos asumiendo la responsabilidad de nuestro bienestar.
Cuando sientas que dependes de algo o de alguien, puedes preguntarte: ¿qué consigo a través de esa relación? ¿Qué parte de mí he delegado? ¿A quién he hecho responsable de lo que debía encargarme yo?
Siguiendo con la analogía del bebé que se cae, ¿a quién miro cuando me sucede algo?
¿Qué porcentaje de tu bienestar depende solo de ti?
Una clara señal de maduración psicológica se produce cuando desarrollamos una autonomía emocional que nos permite entender y empatizar con el ambiente en el que nos movemos, pero sin «contagiarnos» del mismo.
Se trata de estar conectados con nuestro entorno, pero manteniendo un estado de coherencia interna que nos permita elegir cómo sentirnos y cómo responder en cada momento, independientemente de aquello que nos rodea.
Esta manera de relacionarnos nos lleva a contactarnos con personas no porque sentimos que nos hace falta algo sino porque nos complementan desde la libertad. Comprendemos que ese algo que encontraremos en ellas siempre ha estado en nuestro interior.
Cuando tomamos conciencia de que, en realidad, somos los únicos responsables de nuestra manera de ver las relaciones, las transformamos en experiencias de aprendizaje. Así, dejan de ser una fuente de sufrimiento y pasan a ser fuente de autoconocimiento, desarrollo personal y bienestar.
Si quieres seguir profundizando sobre este tema, puedes acceder a este material en nuestro canal de Spotify y de YouTube:
¿Qué esperas de los demás? Buscamos a quienes puedan llenar los vacíos que creemos que tenemos. En este pódcast, Enric Corbera profundiza sobre la dependencia emocional.
En una relación de dependencia, una persona tiende a dejar en manos del otro, aspectos importantes de su vida. En este video, David Corbera propone claves para comprenderla y aprender a manejarla.
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Estoy muy contento de leer este artículo aquí. Has hecho un muy buen trabajo como escritor. Aunque tengo muchas intenciones de ser un escritor profesional. He estado intentando esto durante 3 años. Vamos a ver qué pasa después. ¡Muchas gracias!
¡Gracias! ¡Buena publicación!
Creo que todos los extremos son malos, pero debe existir una retroalimentación en ese campo emocional. Es una forma de saber que somos seres humanos pero ya, con el conocimiento incorporado del que nos brindan «maestros» como ud. eso hará la diferencia y en consecuencia toda situación será más acertiva y menos dolorosa. (op. pers.)…Gracias y Bendiciones para ud. y su equipo.
Maravilloso. Gracias por tan valiosa información !
Siempre dependí emocionalmente de alguna o algunas personas. Luego me di cuenta de que puedo confiar en mí. Sentir esa maravillosa libertad de poder hacer lo que siento sin la necesidad de aprobación, aunque me equivoque, me convierte en la única responsable de mis acciones. Y a la vez, esto me el poder de mi desarrollo personal.
Que fuerte que me resulta esta parte. Es como si iría decantando toda la información y yo me siento robotizada. Gracias por tanto.
NUNCA PODRÉ ESTARLE LO SUFICIENTEMENTE AGRADECIDA A ENRIC POR TODO LO QUE HA APORTADO A MI SER
«La existencia no admite representantes.” esta frase resuena al leer este articulo. Dejé de arreglar lo que creía que estaba roto en los otros. Entendí que algo estaba roto en mi. Comencé a escuchar más a mi cuerpo y aprendo dia a día a ver lo que el otro me muestra. Siempre tenia una opinión (juicio). Deje de juzgar.