¿Cómo podemos ser más asertivos y compasivos a la hora escuchar y expresar lo que sentimos? En este artículo hablaremos de las cosas que hacemos para entorpecer o interrumpir la comunicación con la pareja y de cómo, a través de ella, podemos reconocer partes que desconocemos de nosotros mismos.
¿Te ha pasado que cuando discutes con tu pareja es como si habláseis en idiomas diferentes? Seguramente alguna vez minimizaste las emociones del otro con la “buena intención de que no se sienta mal” o viceversa ¿Escuchas realmente a tu pareja, sintiendo que tu palabra también tiene valor?
Los conflictos de pareja comienzan cuando queremos tener la razón sobre la del otro. Si a eso sumamos que juzgamos automáticamente lo que observamos, es muy probable que el/la otro/a lo escuche como una crítica y se cierre a escucharnos.
Esto sucede a menudo, aunque no nos guste reconocerlo. El desafío es diferenciar lo que sucede de lo que interpretamos. Es decir, las acciones de alguien y lo que pensamos de ellas son dos cosas completamente diferentes.
Hagámoslo con un ejemplo:
Descripción objetiva sin interpretaciones: El domingo pasado decidiste no acompañarme a almorzar a la casa de mis padres.
Una cosa es que me guste o no lo que hace mi pareja y otra es que etiquete y juzgue sus acciones. En todo caso, conviene observar el verdadero motivo de mi disgusto ¿Cómo se relacionaban papá y mamá en mi infancia? ¿Había escenas de reclamos similares?
Estas situaciones son una invitación para resignificar estas herencias emocionales y cuestionarme cuánto me permito hacer aquello que juzgo de mi pareja o dónde me comporto igual y no lo reconozco.
“Todo lo que escuchamos es solo una opinión, no un hecho. Lo que vemos es una perspectiva, no la realidad»
Marco Aurelio
Siguiendo con el ejemplo anterior, si tomo conciencia de que mi pareja es coherente con lo que quiere y no va a los lugares donde no quiere ir, puedo preguntarme:
¿Para qué acepto el compromiso de ir todos los domingos a la casa de mis padres, incluso cuando preferiría hacer algo diferente? ¿Quién o qué siento que me obliga a hacerlo? ¿Sigo obedeciendo a mis padres?
Al final de cuentas, llamo egoísta al otro por hacer lo que quiere y “no contemplar mis deseos”. Pero no me doy cuenta de que, en esa dinámica, yo también soy egoísta porque pretendo que mi pareja haga lo que yo quiero.
En otras palabras -duras pero certeras- estoy pidiendo que el otro se olvide de sí mismo porque yo también lo hago; que sea incoherente porque yo no me atrevo a dejar de serlo.
Ser conscientes de nuestra contribución en los conflictos que experimentamos nos permite responsabilizarnos de lo que nos sucede internamente. Reconocer nuestras necesidades nos permite hacer algo al respecto.
Sin embargo las críticas y los juicios moralistas bloquean la comunicación y nos predisponen a estar a la defensiva. La consecuencia de esta conducta es que nos privamos de conectar genuinamente con el otro y de entablar una comunicación emocional honesta y asertiva.
Desafortunadamente, cuando prima tener la razón, solemos reemplazar la empatía por argumentos que justifican nuestras emociones y reacciones.
En otras palabras, buscamos a quién culpar por cómo nos sentimos y esto nos aleja más de la persona que amamos. Pero también nos distanciamos de nosotros mismos cada vez que renunciamos a la responsabilidad de nuestro bienestar.
Te culpo por lo que siento: Me desesperas y me haces enojar cuando llegas tarde.
La compasión y el amor se bloquean cuando acusamos a la pareja o a causas externas de ser los causantes de lo que nos sucede. Además de posicionarnos como víctimas, renunciamos a nuestra libertad.
“El responsable de tus enfados eres tú, pues aunque el otro haya provocado el conflicto, el apego -y no el conflicto- es lo que te hace sufrir.”
Anthony de Mello
Cuando queremos comunicar lo que sentimos solemos tener el hábito de no hablar de nuestras emociones ni sentimientos. En su lugar, expresamos lo que pensamos e interpretamos de ellos.
Por ejemplo: “Siento que no me quieres”
Esta aseveración no expresa un sentimiento. No comunica lo que siente la persona que lo está diciendo, sino lo que ella interpreta que el otro está sintiendo. En cambio, cuando decimos: “Estoy triste” o “Me siento angustiado”, sí estamos comunicando nuestro estado emocional.
Saber comunicar nuestros estados emocionales parece sencillo, sin embargo, expresar lo que sentimos sin hacer responsable al otro no es tarea fácil. El problema radica en que, desde pequeños, en la familia y en la misma sociedad nos acostumbramos a culpar a otros de lo que nos sucede.
Por lo mismo, nos volvemos esclavos de nuestras emociones porque las justificamos en vez de permitirnos sentir y dar lugar, tanto a la comodidad como a la incomodidad.
Cuando vivimos una vida coherente, estamos en paz con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea. Para aprender a escuchar a los demás, necesitamos escuchar nuestras necesidades y validar lo que sentimos. Desde allí podemos construir relaciones sólidas.
La comunicación es esencial en una relación. No se trata de evitar las discusiones, son necesarias, sino de contar con un buen compañero/a para debatir. Alguien que enriquezca cada conversación.
Precisamente, nuestro crecimiento se da a través de nuestra forma de comunicarnos. Es una danza entre lo que damos y recibimos, que refleja cómo nos relacionamos con nosotros mismos.
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