Los problemas familiares atraviesan la vida de la mayoría de las personas ¿Te gustaría aprender a usarlos para potenciar tu crecimiento personal y mejorar tus relaciones?
En este artículo veremos que los conflictos con la familia pueden afrontarse con éxito y son una oportunidad para conocernos y desarrollarnos.
En cualquier sistema social se producen conflictos, de hecho, son necesarios para su equilibrio y evolución. Las familias no escapan a ello.
Cuando en una familia aparentemente no hay problemas, no es que no existan, sino que no están siendo reconocidos ni afrontados. Tanto si sucede esto, como si se producen conflictos de forma reiterada, podemos decir que el sistema familiar es disfuncional: no funciona de una manera que le permita crecer y evolucionar.
Ahora bien, una familia es problemática cuando desarrolla un contexto donde no se gestionan adecuadamente los problemas. Sus miembros no tienen las herramientas suficientes para afrontar las dificultades y transformarlas en aprendizajes.
Una familia disfuncional es inflexible, teme cualquier cambio y ve los conflictos familiares como un obstáculo para su bienestar. No logra reconocer que esta resistencia a transformarse es la principal causa de sus dificultades.
Lo saludable sería que la familia evolucionase al ritmo en que se desarrollan sus integrantes, pero esto no suele ser así. Con frecuencia, los mandatos familiares condicionan el desarrollo de sus miembros, por lo que el mismo sistema deja de evolucionar.
“La causa de la mayoría de los problemas de relaciones humanas está en la falta de reconocimiento mutuo.”
Cieri Estrada Doménico
Existe la creencia de que los problemas familiares son señal de que hay algo inadecuado en la familia. Pero es normal que tengamos más dificultades con las personas con las que nos relacionamos habitualmente y las que más nos importan.
Lo cierto es que el hecho de que haya conflictos no es disfuncional en sí mismo, sino que la manera de gestionarlos es lo que determinará la salud del sistema familiar.
Para comprender la naturaleza del conflicto en una familia debemos tener en cuenta que, del mismo modo que hay una personalidad individual, también existe una identidad colectiva.
Por ejemplo, cada país, ciudad o grupo religioso posee ciertas características, creencias y valores. Sus pautas de funcionamiento generan un sentido de pertenencia y vinculan a sus integrantes.
En el sistema familiar, esta identidad de “clan”, al igual que sucede con las identidades individuales, no solo está conformada de sus dones y decisiones coherentes. También se desarrolla en base a sus heridas, miedos y complejos.
Existen muchos tipos de dificultades entre hermanos, padres e hijos, de pareja, etc. Sin embargo, todos los conflictos tienen su origen en desavenencias y desacuerdos en cuanto a formas de ver aspectos de la vida.
Por ejemplo, discrepancias sobre la educación, la sexualidad, las creencias religiosas, el trabajo, la forma de vestir, y un largo etcétera.
Estos choques no se producen por las diferencias entre las personas, sino por la falta de flexibilidad y de comprensión, tanto de cada uno de los miembros como del sistema familiar.
Debemos comprender que cada individuo, además de la persona que es en sí misma, desempeña un rol dentro del sistema que está aprendiendo a ejercer. Por ejemplo, ser padre, madre, hijo/a, etc., a la vez que los otros miembros de su familia.
Este proceso de aprendizaje tiene momentos de dificultad que han de superarse tanto a nivel individual como colectivo. No se trata de evitar los conflictos, sino de transformar nuestra manera de aproximarnos a las dificultades que surgen en el seno familiar.
Esta expresión de Richard Bach confirma que el conflicto es una fuerza de cambio y evolución. En ese sentido, una familia funcional es la que sabe aprovechar los problemas para transformarse y evolucionar (tanto a nivel individual como grupal).
Comprende que el conflicto que expresa uno de sus integrantes refleja el problema que hay en el sistema y que, al mismo tiempo, es parte de su solución. Por lo tanto, un conflicto siempre será una oportunidad para mejorar conjuntamente.
En cada familia suele haber uno o más miembros que no cumplen con las obligaciones del clan. Cuestionan las creencias y no se ajustan a las normas de conducta establecidas.
Son las que se rebelan ante el status quo de la familia. Ellas guardan un precioso don ya que generan oportunidades de cambio y crecimiento para el sistema.
Afrontar estas situaciones conflictivas como procesos de resiliencia permite reforzar recursos personales de cada uno y mejora las relaciones entre sus miembros.
“Una sociedad que domestica a sus rebeldes ha conquistado su paz, pero ha perdido su futuro.”
Anthony De Mello
¿Te reconoces en el rol de rebelde o identificas a otras personas de tu familia como “diferentes” o “problemáticas”?
En cualquier caso, es importante comprender que cada persona debe reconocer su contribución en los conflictos que vive y descubrir qué puede aprender y transformar en sí misma. Si los gestionamos desde esta auto-responsabilidad pueden ser excelentes catalizadores para la evolución personal y sistémica.
Comprender el origen emocional de nuestros conflictos para aprender a identificar el aprendizaje implícito en cada situación de dificultad es la clave. Puedes preguntarte:
¿A quién culpo de mi malestar?
¿A quién juzgo y quiero que cambie?
Asumir la responsabilidad, también implica no querer cambiar a los demás, permitiéndoles ser y evolucionar sin imponerles nuestro criterio.
Si el sistema familiar acoge el desafío que plantea cada conflicto como una oportunidad para mejorar, podrá reajustar su funcionamiento y encontrar un nuevo equilibrio.
Desde esta perspectiva, honrar a tu sistema familiar no implica ajustarte a sus normas y mandatos para no generar conflictos. Implica asumir tus diferencias y tolerar las de los demás.
Si afrontas las dificultades desde la responsabilidad también podrás atreverte a ser la nota discordante. Esta es la mejor forma de honrar quien eres y a todo el sistema del que eres parte, consecuencia y solución.
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