Desde los albores de la humanidad, la música ha formado parte de la cultura y la sociedad humanas. Es algo que viene escrito en nuestro ADN, no hay pueblo o cultura en el mundo que no tenga en la música un modo de expresión y liberación emocional, una forma de conectarse con el cuerpo, incluso una forma de conectar con otros estados de conciencia.
Hace 2500 años Pitágoras ya propuso la hipótesis que todo en el Universo es vibración. Decía que, de alguna manera, todo él es música, a este hecho el filósofo griego y sus seguidores lo denominaron “música de las esferas”. El inventor e ingeniero croata Nikola Tesla (1856-1943) lo definía de esta manera: “Si quieres encontrar los secretos del Universo piensa en términos de energía, frecuencia y vibración”. La música es precisamente eso, energía transmitida con una serie de frecuencias y vibraciones alternas.
Dicho de otra forma, el filósofo polaco Arthur Schopenhauer afirmó: “En la música todos los sentimientos vuelven a su estado puro, y el mundo no es sino música hecha realidad”. La esencia del Universo es energía y vibración, y en esta línea podemos entender, por ejemplo, que la sinfonía nº 40 de Mozart siempre estuvo allí, en las esferas de las que hablaba Pitágoras, formando parte del Todo en forma de vibración eterna. En este caso Mozart habría sido el enlace entre dicha sinfonía y la humanidad, una especie de antena conectado al campo de las infinitas posibilidades.
Cantar es de las primeras cosas que hacemos cuando rebosamos felicidad, con música caminaban también los ejércitos a la batalla o despedimos a nuestros seres queridos. Detrás de cada ritual, de cada momento importante de nuestras vidas, hay una música asociada. La marcha fúnebre, el cumpleaños feliz, la música de boda, los himnos nacionales, los cánticos religiosos y de trance de todas y cada una de las religiones… es una lista interminable que nos muestra que la naturaleza y la evolución humana como la conocemos es inseparable de la música. El ser humano es tan producto de la música como lo es la música del ser humano.
Como dijo el compositor Leibniz, “La música es un ejercicio aritmético ocultado del alma, que no sabe que está contando”. Es matemática pura hecha emoción, una manifestación intangible pero perfectamente perceptible de los ritmos y ciclos constantes que nos hacen estar vivos. De hecho, como sabemos, la música induce estados de trance, vibra a un nivel tan profundo que, literalmente y de una forma prácticamente inconsciente, hace que nuestro cuerpo se sincronice a la vibración que nos propone. A este hecho se le normalizó socialmente y se etiquetó como “bailar”.
Hay estudios que demuestran que cambia el ritmo cardíaco, influye en el desarrollo fetal, afecta a la composición del agua, al crecimiento de las plantas, al comportamiento de los animales… Decía Beethoveen que «la música es la mediadora entre el mundo espiritual y el de los sentidos». La próxima vez que te emociones escuchando una canción pregúntate qué parte de ti está vibrando con ella.
© Enric Corbera Institute.